miércoles, 10 de febrero de 2010

Fanfarlo o cómo obtener el hype que mereces

En estos días de crisis la mejor forma de encontrar trabajo es ir con una carta de recomendación bajo el brazo. Y si tu trabajo es la música, pocas firmas van a darte más lustre en el currículum que la de David Bowie. Si además, en el bando de las minorías de culto, te apoyan los mismísimos Sigur Rós, entonces ya vas a ser el hype del momento. Pero no aprovecharon vilmente esa popularidad Fanfarlo para juntar unas cuantas canciones y encasquetarle al personal un disco de recortes deprisa y corriendo. Al contrario, Fanfarlo decidieron ir sacando singles y algún EP durante un par de años y mientras tanto darle el tiempo de cocción necesario a su debut, “Reservoir”. Hasta que hace unos meses decidieron que ya estaba listo y nos sirvieron estas diez canciones justo en su punto, ni demasiado blanditas ni demasiado secas. Y, encima, a un dólar y con cuatro temas de regalo. Los bloggers se volvieron locos, claro, e inundaron Google de links y elogios. Hasta aquí, la historia de cómo Fanfarlo se colaron en las listas de lo mejor del año pasado.

Pero teniendo en cuenta que esto de regalar (o casi regalar) álbumes ya lo inventaron en su momento Thom Yorke y Trent Raznor, ¿a qué viene tanto revuelo con Fanfarlo? Pues bien, Fanfarlo son algo parecido a una cópula musical entre Arcade Fire y Beirut. Y, claro, a todo el mundo le gustan las cópulas, y más si son de dimensiones tan épicas. Ahora bien, hay que advertir que en este debut la épica queda relegada a un segundo plano, en pos del intimismo y la cercanía. Porque Fanfarlo, pese a haber adoptado el nombre de la única novela de Baudelaire, no suenan tan grandilocuentes como la tribu de Win Butler. Ni tampoco tan exóticos como Zach Condon. “Reservoir” es simplemente un álbum de folk-pop bonito con trompetas, glockenspiels y mandolinas, y sin grandes pretensiones.


Poco dice la portada de lo que en el álbum vamos a hallar, con una foto en sepia de una niña con un cesto de mimbre y otra –concretamente, la hermana del cantante de Sigur Rós- cabizbaja y con una máscara horrenda. Mal rollo es poco. Y sin embargo, es éste un disco luminoso, brillante; sin tonos sepia ni oscuridades, acaso melancolía en gamas cálidas y vivas de la mano de Simon Balthazar. Y será Simon el hilo conductor en este camino de diez paradas, que empieza con el contundente ritmo de “I’m a pilot” a lo “Crown of love” de Arcade Fire, para luego conjugar un bajo casi soulero con unos vientos de lo más Beirut en “Ghosts”, y después acelerarse y decelerarse al son de trompetas y efectitos digitales en “Luna”. La más beirutesca y una de sus mejores canciones es el sexto corte, “The walls are coming down”, con un estribillo memorable adornado de preciosos toques de glockenspiel. Preciosas también son “Drowning men” y “Finish line”, donde la instrumentación es menos exótica (bajo, guitarra, piano, batería) para ceder protagonismo a la voz de Simon, esta vez más cercana a Alec Ounsworth de Clap Your Hands Say Yeah que a Zach Condon. Y así nos abandona Simon al delicioso arrullo de “Good morning, midnight”, un número acústico brevísimo que deja al oyente con esa sonrisa que se te dibuja al tumbarte en la cama con las manos entrelazadas tras la nuca al final de un buen día.



Este artículo aparece en el número de febrero de H Magazine


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