La décima edición del San Miguel Primavera Sound será recordada como la del llenazo. Más de cien mil personas poblaron el Fórum durante los tres días que duró el Festival y no me extraña, porque el de este año era un cartelazo como pocos. El gran problema que se planteaba, claro, era el de la elección. Con tanto grupazo, más de uno se solapaba y uno tenía que sopesar sus preferencias y prepararse cuidadosamente un horario del que más tarde acabaría pasando para dejarse llevar por las apetencias del momento, la compañía o vete tú a saber qué.
JUEVES
Así empezó el jueves, con un horario trazado por encima alrededor de los The XX. En previsión del petamiento monumental del escenario Ray Ban, llegué al recinto con tiempo y pude disfrutar del final de la actuación de los Surfer Blood, que además de hacer un rock surfero la mar de fresquito, resulta que son super monos. Los siguientes en subir al escenario Pitchfork fueron Titus Andronicus. Todo el mundo me había hablado tan bien de ellos que me picaba la curiosidad y, sin duda, fue una de las actuaciones más enérgicas del festival. Con su colección de temas de punk ruidoso consiguieron hacer bailar a todos los allí congregados, un gran mérito teniendo en cuenta que más de la mitad de la gente no sabía ni quiénes eran.
Y llegó el highlight del día: la gente empieza a dirigirse desde todos los puntos del festival hacia el escenario Ray-Ban, llenando antes de las 21.15 tanto la pista como las gradas. La lástima es que The XX no son un grupo preparado para grandes festivales ni grandes audiencias, al menos no por ahora. El hecho de tocar al aire libre y en uno de los escenarios más grandes hizo flaquear su actuación, que pecó de sosilla a ratos. Al término de este concierto nos esperaba en el otro escenario grande, el San Miguel, un retorno noventero que se había visto eclipsado por el comeback de Pavement, pero que, ironías de la vida, acabó eclipsando el concierto de los de Stephen Malkmus, que subirían al mismo escenario tres horas más tarde. Y es que el cuarteto de Carolina del Norte, sin tanta propaganda ni tantísimo renombre, acabó conquistando a los asistentes por derecho propio con temones como “Drive by the driveway”. Cuando acabaron, tocaba volver al Pitchfork donde los ingleses Wild Beasts presentaban un segundo disco con la excéntrica y aguda voz de Hayden Thorpe como protagonista. Un gran concierto. No esperaba menos de ellos. Y The Big Pink, tras ellos, no bajaron el listón. El dúo se subió al escenario acompañado de dos músicos y dio rienda suelta a su pop shoegazer con toneladas de distorsión para hacernos felices desde un inicio triunfal (“Velvet”) a un final glorioso (“Dominos”), que hizo que valiera la pena llegar tarde a Pavement. Pavement, por su parte, repasaron todos sus hits y dejaron más que satisfecho a un público que ya tenían en el bolsillo de antemano.
VIERNES
Si os preguntáis por qué me volví tan pronto el jueves, la respuesta es doble: en primer lugar, ¡algunos trabajamos! Y en segundo lugar, un nombre propio: Owen Pallett, El señor Pallett tocaba al día siguiente en el Auditorio Rockdelux ni más ni menos que a las 4 de la tarde y yo no pensaba perdérmelo por nada del mundo. Al final, con tanto frikismo previsor, acabé esperando dos horas y entrando la tercera al teatro, pero la espera valió la pena y no exagero si digo que el del Owen fue el mejor concierto de mi Primavera (ya se sabe que cada uno tiene su propio Primavera y que de poco sirve discutir o cotejar experiencias si lo que uno quiere es alzarse con la verdad absoluta).
El canadiense se mostró tímido y agradecido por un Auditori a reventar a primerísima hora de la tarde. Cual hombre orquesta, él solito se guisó un concierto que ya quisieran muchos para sus bandas: teclado y violín en ristre, pedalera de loops mediante, Owen se las apañó para tener él solito embobado al personal durante una hora. La sensibilidad de este chico en directo se contagia y temas como “Lewis takes off his shirt” o “The great elsewhere” pusieron la piel de gallina a todos y cada uno de los asistentes e hicieron a más de uno soltar la lagrimilla. Y luego lo remató con una versión BRU-TAL de “Odessa” de Caribou. ¿Que no te lo imaginas? Pues dale al play aquí abajo, porque yo no soy capaz de describirlo en palabras:
Salgo del Auditori flotando en una nube de crescendos de violines y aterrizo en el césped del escenario San Miguel para disfrutar tranquilamente a los New Pornographers. El concierto empieza tranquilote pero va ganando fuerza a medida que las canciones pasan y acabamos todos de pie bailando y saltando al ritmo de “Moves” y “Your hands (together)”. El viernes el escenario San Miguel monopoliza las grandes actuaciones así que decidimos permanecer en él guardando nuestro sitio para ver a Spoon. Oh, Spoon. Los adoro y con razón. De principio a fin lo dieron todo y ensartaron hitazo con hitazo, combinando temazos nuevos (“Got nuffin”, “Written in reverse”) con joyas antiguas como “Don’t make me a target”, “I turn my camera” o la fantástica “The way we get by”. NAntes de dejarnos enamorar por Wilco, nos escapamos un ratito a ver a unos Here We Go Magic más bien flojetes, que se han dejado la energía en casa y nos convencen de que será mejor ir tirando hacia Wilco para hacernos con un buen sitio. Wilco empiezan a lo grande, con un “Wilco (the song)” y un “I am trying to break your heart” que erizarían la piel del más desalmado. Canción tras canción van ahondando en nuestros interiores, depositando un poquito de esa angustia existencial que se le queda a uno cuando escucha canciones tan tristes y tan inmensas a la vez como “Jesus, etc”. Y me supo fatal tener que hacerlo, pero abandoné la zona San Miguel para poder llegar a tiempo a Panda Bear, que al final salió 20 minutos tarde por problemas técnicos que le obligaron a actuar sin proyecciones ni visuales ni -¡horror!- capas de sonido. Todo ello, sumado al sonido del escenario Vice (que dejó mucho que desear durante todo el festival), deslució la actuación del Animal Collective, que resultó lineal y carente de profundidad. Una lástima, porque los nuevos temas podían haber sido un bombazo si la situación y el sonido les hubieran acompañado. La decepción provoca una desbandada general hacia Pixies: el LLENAZO (así, en mayúsculas) del festival.
Jamás (y digo JAMÁS) había visto tan lleno el escenario principal del Fórum. No cabía ni un alma, hasta el césped colindante estaba abarrotado. Y habréis leído por ahí que si fue una actuación sin alma, que si tocaban sólo por la pasta, que si predecible. Pues vale. Pero para servidora, que no había tenido la ocasión de verlos en concierto en toda su vida, fue un conciertazo. Y si no, decidme un solo concierto en el que se puedan oír temazos de la categoría de “Debaser”, “Here comes your man”, “Gigantic” o “Hey” todos juntos. Y “Where is my mind” como bis y fin de fiesta fue lo que Enrique Iglesias definiría como una experiencia religiosa.
SÁBADO
Último día del festival y, como era de suponer, el cuerpo no permite acercarse al recinto tan pronto como uno desearía. Así, dejándome a Dinero y a la revisión de los temas de Neu! en el tintero, me dejo caer a las 20h por el escenario Adidas para ver por primera vez en mi vida (sí, lo sé, es casi un pecado viviendo aquí…) a los barceloneses Mujeres. Garage-rock gamberro y una puesta en escena brutal les ha valido a este cuarteto el sobrenombre de los “Black Lips de Barcelona”, y con razón. Luego, tras sopesarlo y jugármelo a piedra, papel y tijera, Standstill gana a Florence and the Machine y me quedo en el Adidas para el que será uno de los conciertos más emotivos de todo el Primavera. La lástima es que colocaran a los de Montefusco en un escenario tan pequeño y tan tremendamente bajo (¿alguien consiguió ver algo más que las cabezas de los componentes del grupo?), porque llenaron hasta los topes y demostraron que las buenísimas críticas que han recibido con “Adelante Bonaparte” no son fruto del hype o la casualidad.
Otro piedra papel y tijera por los cruelísimos solapamientos del Primavera me hizo decantarme por los Grizzly Bear en detrimento de The Drums. Un espectáculo sobrio pero bonito que llenó de magia el escenario Ray-Ban. Mención especial a “Two weeks”: pelos como escarpias. Tras los osos, llegaba el momento de dispárame-antes-de-tener-que-elegir, porque el siguiente bloque de conciertos separaba en diferentes escenarios pero a la misma hora a: The Charlatans, No Age, Built to Spill, Matt & Kim y Niño y Pistola. ¡Matadme, por favor! Confié en mi instinto y me falló: The Charlatans ofrecieron un directo de lo más aburridote, y eso que el que repasaban (“Some Friendly”) era uno de los mejores álbumes de su discografía. Aguanté 3 canciones antes de migrar siguiendo el instinto (más acertado) de un amigo, que me llevó al Vice con Matt & Kim. Y si digo que fue el concierto revelación y el más divertido del fin de semana, me quedo corta. Menudo festival se montaron estos dos solitos. Solitos pero con un público que, a medida que avanzaba el concierto, aumentaba en número y excitación. Kim se lanzó para que el público la cogiera, versionaron temas de -¡flipa!- Alice Deejay, Guns’n’Roses y Europe y dejaron para el postre su temón “Daylight” (que a muchos les sonará por estar en la banda sonora del Fifa 2010). Y con ellos entrábamos de lleno en la madrugada de la última noche del festival, cuyos protagonistas fueron, sin lugar a dudas, los Pet Shop Boys.
Todos sacamos nuestro lado más gayer y hooligan para corear estribillos míticos como el de “New York City Boy”, “Se a vida" o “West End girls” en un espectáculo deslumbrante con bailarinas cubistas, efectitos mil, luces, colores y cambios de vestuario para el dúo, por el que el tiempo no había pasado. Y, con la lagrimita en los ojos y los pies machacados, me dirigía hacia el último concierto de mi Primavera. Para contrarrestar el sentimiento kitsch de la fabulosa actuación de los PSB, mi yo más moderno me obligó a ir a HEALTH. Y, aunque al principio maldije mi modernidad, aguanté el chaparrón y finalmente llegó la melodía y con ella un nuevo aire para un concierto que fue una locura maravillosa plagada de ruido, guitarrazos, cabezas agitándose, rock, electrónica y ritmos cambiantes e imposibles. Un fantástico caos que ponía el punto y final a tres días igualmente eclécticos, caóticos y maravillosos.
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